Niebla

 



No sé si les ha tocado bajar por agua santa, en invierno y con neblina. Así se volvieron mis ojos la primera vez que ese hombre me despertó de madrugada.

Tenía las manos con olor a cigarrillo y alcohol y sentía el rechinar de sus dientes en mi oído, mientras su respiración era como la de un animal cazando a su presa.

En cuestión de segundos, comencé a ahogarme con su mano en mi boca quitándome el aire. Se acercó a mi cuerpo y sentí su anatomía como si fuese un puñal, él susurró shhhhh!

Yo sólo apreté mis ojos cerrados y me puse a llorar, fue una sensación peor que cuando entras en estado de REM, donde pierdes la movilidad, y los sentidos. Ya hubiese querido yo no sentir nada.

Luego de varios años en una relación con él, esto sucedía a menudo, hasta que un día decidí que no más.

Me encontraba conviviendo con él, antes de contraer matrimonio, en una casa que alquilábamos juntos, la convivencia se había vuelto casi nula.
Yo aportaba al hogar trabajando de forma online como correctora de color para un ilustrador argentino y como redactora de una revista de música a nivel nacional. Pero también me encargaba del mantenimiento de la casa; lavar, planchar, cocinar, limpiar, ordenar y convertirme en una buena futura esposa.

Ese día llovía y se me ocurrió preparar lentejas para almorzar, él iba todos los días a comer a la hora de almuerzo porque creía que entre mañana y tarde yo podía hacer entrar otro hombre a casa sin saberlo, y así sentía que podía tener todo bajo control o pillarme en el intento.
Supuestamente venía del trabajo, pero llegó casi sin poder mantenerse en pie de lo borracho, se acercó a la olla de lentejas mientras yo estaba sentada como india planchando con la tabla a ras de piso y la plancha enchufada.

Sólo sentí un resoplido y un grito de furia, segundos después la olla hirviendo estaba entre mis piernas y sólo tendí a tirar del cable de la plancha para que no me diera la corriente. Asustada corrí al baño y le pasé el pestillo y dentro de mi desesperación traté de salir por la ventana. 

Me tomó de una pierna, pegó de un golpe mi cara contra la pared y no recuerdo nada más...Desperté en la cama con él a su lado durmiendo, sin saber cuantas horas habían transcurrido. Me salía sangre de nariz, tenía la entrepierna quemada, y no podía mover mi boca de dolor.

Me puse de pie en un intento de huir, tomé unos zapatos y mi mochila y al momento de decidir cruzar por la puerta de la habitación, me toma del brazo y me pone contra el closet... Su voz era enfermizamente dulce, su mirada amenazadora y su sonrisa podría jurar que era muy parecida a la de cualquier súcubo que haya visto anteriormente; dijo: ¿Dónde vas?

Pues en ese instante y en el estado en el que me encontraba o era yo o él, si me dejaba una vez más no saldría viva. Recordé a un buen amigo de la infancia, que me enseño a ejercer fuerza llevando los hombros hacia atrás y luego aflojando con todo tu ser.

Le respondí: Me voy a casa... ya no te quiero ver más. Le tomé la mano como si la fuese a acariciar, desplacé mis hombros hacia atrás, respiré profundo, muy



profundo. Puse mi dedo pulgar en uno de sus nudillos y el afloje de fuerza fue tal que logré quebrar su dedo. No me pregunten como, ni de donde saqué la fuerza, ni como quedó. 

Corrí, solo corrí... La avenida para llegar a mi casa era grande y con una arboleda oscura y alta, se hizo interminable. Pero al llegar a casa adivinen a quién me encontré...

A las guerreras de este objeto viviente, sino entienden vayan a la publicación "La disputa por un objeto viviente"

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