Recelo al apetito

 



Cuando egresé de comunicación audiovisual volví a casa con la cabeza revuelta, tratando de digerir todo lo ocurrido de forma pausada y lenta, fue devastador para mi.
Sin embargo, esas voces de presión que tengo en forma humana desde que nací, comenzaron por un lado a inmiscuirse en cualquier decisión que yo pudiese tomar en esa ocasión, que hasta ahí poco pudo tener de pausado.
Por un lado oí que no terminar los estudios debía ser una acto momentáneo, y que por supuesto yo debía comenzar algo nuevo y acabarlo sino iba a ser la fracasada de la familia.
Y desde el otro extremo oía que debía independizarme porque ya era una adulta, y por lo pronto debía irme de casa.

Hacia el 2014 una de estas voces causó la suficiente presión como para que yo saliera de casa, y me fuese a vivir a un departamento que por razones obvias yo no podría pagar, y aventurarme a vivir la vida que aquellos estimaban ideal para mi. Con un trabajo inexistente, cursando una nueva carrera, y teniendo mi propia independencia; con el argumento de que ellos siempre estarían ahí y nunca me iba a faltar nada.

En resumidas cuentas, al año caí en una profunda depresión, donde la economía escasa cada día me estaba haciendo sentir pavor de seguir viviendo. Estando en casa jamás me había faltado un plato de comida, y viviendo sola estaba comenzando a sentir que era la real fatiga y el tener apetito de verdad.

Hasta ese entonces la empleabilidad para estudiantes era asquerosa, por lo que me costó mucho encontrar empleo, y a pesar de que nunca dejé de buscar, no encontré.  Pero algo debía hacer para comer, así que comencé a ir a la "recogida".
La recogida, es la finalización de la feria hortofrutícola, donde las personas que trabajan ahí tienen la buena voluntad de regalar o evitar botar y dar a las personas que lo necesitan, lo que ya no está en estado prolijo para vender. Y ahí conocí a Wilfred, un especialista que notó que yo no tenía ni la facha de las personas que iban a la recogida, ni el suficiente valor para ir siempre y no morir en el intento.

Wilfred se acercó a mi con un tono dulce a preguntarme si iba a menudo a la feria, y yo le asentí con la cabeza. Yo la verdad no sé que cara habré traído para ese entonces, pero Wilfred levantó mi mentón para dirigir mi mirada a la de él y con seriedad y preocupación dijo: Tienes hambre ¿Verdad?.
No pude evitar sentir angustia y se me llenaron los ojos de lágrimas, y lancé mis primeras palabras ante él:
- Un poco, hoy si comí... 
¿Quieres ir por un café? No quiero que pienses que te haré daño, así que podemos ir a un lugar concurrido, como a la bomba de 4 norte.

Un café, pensé en mi interior... eran meses que no tomaba café. Ya había perdido un poco la memoria de como se sentía tomar algo calentito y dulce, así que creo que con un poco de ansias le dije que si.

Resulta que Wilfred fue un ángel caído del cielo, posteriormente a eso iba a verme después de la universidad, a asesorarse de que yo estaba bien. Descubrió historias que le rompieron el corazón internándose en mi diario vivir; como el hecho de que yo venía de una familia de clase media y aun así me podía encontrar pidiendo fuera de los supermercados o accediendo al desayuno del hogar de cristo.

Su especialidad era la psicología, y antes de que su fugaz paso por mi vida terminara me hizo comprender que mi depresión era por la soledad y el miedo a sentir hambre, fue cuando el último día que lo vi fue a buscarme a casa e invitarme a pasear a la plaza que queda fuera del mall, donde había un señor con muchos conejitos y me pregunto: 
¿Cuál es el más bonito?
- El más pequeño y negrito que está solo al costado de la caja.

Wilfred fue a dejarme a casa con una despensa enorme de comida y mi nueva familia, Conso. Un conejito miniloop que me acompañaría desde ahí en adelante para que yo encontrara razones para vivir, porque si no encontraba las propias, tener una a costa mía ya no podía ser excusa para quitarme la vida y dejarlo solo. Fue la última vez que lo vi, y se lo agradecí enormemente hasta el día de hoy.

Pasó un año y medio para que yo entremedio terminara viviendo con una compañera de curso en su casa, hasta que la madre de ella amenazó a mi familia de que iba a denunciar el estado psicologico en el que estaba y las condiciones y costumbres que yo había adquirido viviendo con carencias.

Llegué de vuelta a una casa que no era la mía, después de años y a pesar de que no me sentía cómoda, muy en el fondo agradecía estar ahí. Hasta que un día ella hizo un kutchen que de su totalidad yo comí dos trozos.
Para mi era privilegio comer dos, porque ya uno era un regalo... pero a la hora del té oí¡!Se hizo nada el kutchen! y me sentí pésimo por haber comido dos trozos. Si comía tomando el té nuevamente, iba a ser yo la culpable de acabarse el kutchen, por lo que decidí optar por no comer más. 
A los días ella hizo pan amasado y puso 6 a la hora del té, alcanzaban 2 para cada uno, pero yo a pesar de que tenía una ansiedad enorme de comer un segundo bollo me aguanté. Eran años que no sentía la esponjosidad de morder un pan blandito, caliente y gordito.
Más tarde, no sé si habrá sido ansiedad por haberme aguantado comer ese pancito o simplemente hambre, pero me dirigí a la despensa para prepararme el que había quedado de la hora del té. Uno de 28 que había horneado y replicó: ¡Hay que hacer durar el pan!
Me arrepiento de haberle contestado, porque eso hizo que me llevara a tener un racconto desestabilizador a los años que no supe ni que era un pan, pero contesté con inocencia; Me hubieses dicho y así no me lo preparaba.

- Te llevas comiendo, a veces comes hasta 5 veces en el día, te tomas 100 tazas de café y nadie te dice nada y ahora que te digo que hay que hacer durar el pan haces berrinche. Vas a comer 1 pan al desayuno y un pan a la hora del té. Sentenció.

La primera vez que me sentí así de mal fue justamente cuando me fui a vivir sola, no había podido sustentarme y me negó volver a casa porque no tenía como ayudarme y co-dependía de alguien más, y aquella persona no tenía para "mantenerme" a mi.

Nunca le he pedido a alguien que me mantenga, solo un techo hasta encontrar trabajo y comenzar aportar y comenzar un interminable esfuerzo para salir de ese entorno que hasta hoy no logro zafar.
Desde que volví me obliga a comer lo que puede sobrar demás del almuerzo para no botarlo, cuenta las veces que tomo agua caliente, ya sea té, café o agua de hierbas, porque dice que el agua y la luz sube mucho cuando yo tomo agua caliente.
Desde ese entonces que aún tengo esa sensación de miedo al tomar algo para comer, o decidir volver al miedo anterior de no hacerlo y soportar.
 






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